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A ti, Conchita, sangre
de amazona,
razón de amor y amor de la andanada,
a ti que te has ceñido la corona
de tanta plaza fuerte enamorada,
a ti, litigio ecuestre de los dioses,
mi madrigal ofrezco y mis adioses.
Ahí te va por los aires de Castilla
este cartel rabioso de oro y fuego,
clávalo cazadora en tu cuchilla
de hoja de peral. Gerardo Diego
brinca por ti en su pértiga de jándalo
y Lope en el balcón arma el escándalo.
* *
Fue primero un rumor del viento esclavo.
Del Perú, del Brasil o de la raya
de Portugal llegaba oliendo a clavo
un falso cronicón, una azagaya,
o fábula tal vez de algún criollo
Ovidio tropical, fértil de embrollo.
¿Es América al fin vengando a Europa?
¿Quién rapta a quién? ¿El toro que encandila
sus potencias de rayo a quemarropa
o la ninfa que halaga y que motila?
¿Surge anfibio otro mito en cielo y agua?
¿Se hunde un veragua en aguas de Veragua?
Y la luz se hizo carne. Amor celeste,
quedó en la plaza atlántica y morena
el nácar de una concha. El viento oeste
lo pregona en bocina y lo enajena.
y Conchita Cintrón, nacida, trota
y un estruendo de espumas alborota.
Tú, Conchita, ya nuestra, no lo sabes,
tú eres una paloma, una muchacha,
a nuestra playa sin virtud de naves
regalada en los brazos de una racha.
Cuando al espejo íntimo te miras,
de miedo de perderte, te retiras.
Hubo una Arcadia, allá por Santiponce
-tu pisabas los tréboles mentales
en la dehesa azul-. Gente del bronce
se llamaban entonces los juncales
y a su paso marchoso y jaranero
se vendían esencias de torero.
Reinaban cordobés y castoreño,
aún quedaban patillas por la sierra.
Emilio Bomba, Fuentes y Algabeño
disputaban la túnica del Guerra
y, entrando en nuevo siglo de babeles,
Córdoba duplicaba Rafaeles.
De dos Quinitos fue la edad de oro
el maestro de las chulas musiquillas
y el que al ruedo salía como al coro,
canónigo a cantar sus banderillas.
Oh dulce Arcadia del toreo obeso.
Si Eva vistió de luces fue por eso.
Y al ruedo descendió desde su palco
Juno opulenta o rebosante Ceres,
a guiñar lentejuelas de oro y talco
entre los alamares. Oh placeres
de sortija de habano y sobremesa,
chorrea charra y taleguilla opresa.
Pues si el cuerno indiscreto por ventura
rasgaba, qué rechifla, qué algazara.
La circense, esperada coyuntura
la diva en mujer víctima trocara
y en número de escarnio su remedo
entre el jaulón del tigre y Don Tancredo.
Y sobrevino el triunfo del decoro,
la ley contra la hembra. Ley canónica,
ley sálica de Angélica y Medoro
mas sin guerra civil, peste borbónica.
Alza a su palco el vuelo la Reverte
y en Venus se estiliza y se convierte.
Y ahora es el reino de los festivales
y ya son pardos todos los felinos.
Juegan al alimón con los chavales
y gallos de espolón los femeninos
retoños del cortijo y la nobleza.
Nadie se viste ya por la cabeza.
* *
Tú sola, tú jinete, tú peona,
tú Conchita Excepción, tú iluminada
Juana de Arco a las voces de tu zona,
juraste la bandera desbocada
y abrazaste los votos del monjío
y el duro cuero, el hábito bravío.
Por especial designio o privilegio
de Tauro o Zeus, tú naciste sola
entre las hembras. Ya desde el colegio
al andar desplazabas aureola
de luz y olor a dríada y a musa
tú siempre femenina y tan pitusa.
Tu toreo es legítimo y adulto
y serio de verdad tras tu sonrisa,
triste y alegre de misterio y culto.
Y va el pitón creando la cornisa,
ajustando tangencia y reverencia
en torno a tu armonía y tu cadencia.
A caballo o a pie, las dos cartillas
del toreo a rejón y muerte a estoque
explicas en Lisboas y Sevillas,
doctora por Coimbra e in utroque.
Qué aroma de ultramar canela y rosa
mueves, virreina, por la lidia airosa.
¿Cómo olvidar tu irresistible cite,
el recorte de sal, sombrero en mano,
el ímpetu glorioso del envite
y el halagar la crin de tu alazano;
tu brindis, tu ayudado, tu estocada,
tu piedad por la sangre derramada?
* *
Y, homicida traidora, la noticia.
Conchita se retira de los ruedos.
La monja alférez es ya la novicia,
la novia en flor, promesa de viñedos,
y va abrir la cancela a sus palomas
para que vuelen libres por las lomas.
El albañil de rimas en su andamio
blanco de cal y palidez, arroja
su madrigal torcido a epitalamio.
Tu orejita, Conchita, nadie moja,
mas ya se ofrece, nido guaraní,
para el travieso beso colibrí
Δ
El
gato
El gato. Siempre hubo un gato
que era el gato, el gato eterno,
la gracia de un garabato,
la luz de un maullido tierno.
El garo era Persia, Egipto,
magnetismo, dinastía,
la selva, el tigre conscripto
a soñar filosofía,
a coser -tan siderales-
sus ojos en sus ojales.
Δ
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