Defensa de las mujeres Es honrar a las mujeres Deuda a que obligados nacen Todos los hombres de bien. Lope de Vega. Mitad preciosa del linaje humano, Triste Mujer esclavizada al Hombre, Que tu escudo nació, no tu tirano; Yo a defender tu mancillado nombre Dulce a mi corazón, audaz me arrojo, Bien que mi sexo indómito se asombre. Tal vez me atraiga su temible enojo; Que en tu defensa combatir no puedo Sin cubrir a los hombres de sonrojo. ¡Oh! si mi bella con semblante ledo Reconoce mi amor en mi poema, Ni a todo un batallón le tengo miedo. Mas ¡ay de mí si un crítico postema Con indigesta pluma envenenada A mis versos fulmina su anatema!... ¡Piedad, piedad! Sumisa, arrodillada (¿Qué más quieres de mí?) pues no te ofende Gracia pide esta sátira cuitada. Tal vez en vano deleitar pretende. No importa: sé indulgente, que harta pena Tendrá su pobre autor si no la vende. La Mujer ha nacido dulce y buena, a recrear, a embellecer la vida Como al campo la cándida azucena. Si a los deberes falta inadvertida De cariñosa madre y fiel consorte; Si el virgíneo pudor acaso olvida; ¡Hombre severo! Si perdido el norte A alguna ves que mísera naufraga En el mar borrascoso de la Corte, Tuya es la-culpa. Si el poder embriaga De orgullo tus sentidos, al opreso También sus grillos quebrantar halaga. Hasta el insano tigre allá en lo espeso Del arduo monte, y la feroz pantera De tu barbarie culpan el exceso; Que si ceban la garra carnicera En la sangre del tímido cervato, Dulces son a la dulce compañera. Mas ¿qué admirar de ti cuando insensato A la mujer inerme tiranizas, Si ni al Hombre perdonas, Hombre ingrato? De tu nombre el escándalo eternizas, No la gloria, matando, destruyendo, Jamás harto de sangre y de cenizas. Y es suave a tus orejas el estruendo Del infernal cañón, que el muro atierra, Y de la alzada bomba el silbo horrendo. Si una vez la ambición tu pecho encierra, En saña vences al caudal torrente Que el Noto arroja de la adusta sierra. Mas ¿dónde voy? Del dios armipotente Narrar no es mío el carro sanguinoso, Ni Talía bufona lo consiente. Así, bien que de cólera reboso, Combatiré del Hombre la injusticia En tono menos grave y ampuloso. ¡Oh tú, que tanto culpas la malicia De tu pobre mujer!, ¿por qué primero No culpas, di, tu sórdida avaricia? Si tanto le escatimas el puchero, Y comer es forzoso, ¿cómo quieres Que tenga amor ni a ti, ni a tu dinero? ¡Qué tibios son de Venus los placeres, Dijo allá in illo témpore un poeta, Sin dulce Baco y regalada Ceres! Tú, que apuras en vicios la gaveta, Marido de una hermosa, ¿por qué exiges Que penitente viva y recoleta? Sin cesar la reprendes, y te afliges Porque baila y se alegra; pero en tanto Tu perversa conducta no corriges. ¿Y qué diré de ti, necio Crisanto, Que con sesenta Eneros a la cola Humillas tu cerviz al yugo santo? ¡Y con quién! Con Leonor, que campa sola En gracias, en frescura y lozanía, Y a quien tanto galán su pecho inmola. ¿Cuándo han vivido en plácida armonía El suave nardo con el rudo espino, El alegre con la noche fría? ¿Y no ha de renegar de su destino Si recuerda que es joven, que es amable, Y encuadernada vive en pergamino? Compara tu braguero miserable, Y tu rugosa frente ilimitada, Y el asma que te aflige perdurable, Con aquella cintura delicada, Aquellas formas de beldad modelo, Aquella tez brillante y sonrosada; Y luego, si te atreves, clama al cielo, Y acúsala de infiel y de perjura Si sucumbe al amor de algún mozuelo. «¿Era menos infausta mi figura Cuando me unió, dirás, el sacro nudo A su liviana y pérfida hermosura?» ¿Y no compraste escudo sobre escudo, Respondo yo, la inicua tiranía De su padre avariento y testarudo? ¿No la robó tu bárbara porfía Al dulce amigo de su infancia tierna Con quien dichosa y casta viviría? O darse a ti, o clausura sempiterna: ¿Qué otro medio restaba a la infelice Para aplacar la cólera paterna? Llama sin tregua en el abismo atice El tétrico Plutón al que de un hijo La inclinación honesta contradice. Lleve el diablo al decrépito canijo Que no espera su término cercano Tranquilo y sin bodorrio en su cortijo. Y tú, lindo don Diego casquivano, Que por salir de trampas y pobreza Vendiste a doña Críspula tu mano; Si porque el hado le negó belleza La desprecias ingrato, ¿cómo extrañas De su gruñir eterno la rudeza? ¿Se encuentran cada día esas cucañas? ¿No debes nada a tu mujer, que entero Te consagras sin rienda a las extrañas? «No se compra el amor con el dinero. Por qué enlazarse a mí?» ¡Linda salida! ¿Te explicabas así cuando soltero? ¿Y aquello de mi amor, mi bien, mi vida? ¿Qué se hicieron los dulces madrigales Do tu pasión pintabas desmedida? «Rojos tus labios son como corales; Nieve tu seno, que Cupido precia Más que en Chipre su cuna de rosales. «Ni Cleopatra famosa, ni Lucrecia Te igualan en beldad, ni la traidora Que tantos lloros arrancó a la Grecia.» Así hablaba tu boca engañadora. ¿Por qué es hoy a tus ojos una arpía La que antes fue sirena encantadora? «Que pague su orgullosa tontería. ¿Por qué no consultaba algún espejo, Y hubiera visto en él que yo mentía? »A un hombre de mi garbo y mi gracejo Harto cuesta el llamarse su marido Sin hacer el papel de su cortejo.» Y acaso, dime, ¿la primera ha sido Que hermosa se ha juzgado, o menos fea A fuerza de adularla un fementido? ¿Es por ventura extraño que se crea, Y más en la mujer, débil, sencilla, Lo que el orgullo humano lisonjea? ¡Y cuántas veces el amor humilla A una fea dichosa el Ganimedes Admiración y hechizo de la villa! ¿Ni aun el consuelo a la infeliz concedes De haber creído conquistar tu pecho, Si no con su beldad, con sus mercedes? ¿Tan mal fundado juzgas el derecho De una rica al amor de un pelagatos Que no tiene ni viña ni barbecho? Recuerda cuando andabas sin zapatos, Y si un creso la sopa te ofrecía Te tragabas hambriento hasta los platos. «¡No se hubiera casado!» ¿Y qué sería, Qué sería de ti, que tal profieres, Si, pudiendo ser madre, aún fuera tía? ¡Ah! bien pudo nadar en los placeres Sin gemir en amargo cautiverio; Mas ¡oh suerte cruel de las mujeres! Si del amor cedéis al dulce imperio, Sólo el placer el Hombre se reserva: Vuestro es el deshonor y el vituperio. Pasa por gracia en la viril caterva Lo que castiga cual atroz delito En la mujer, su infortunada sierva. No hay un freno que dome su apetito; Que más aplauden al que más codicia El lupanar, la crápula, el garito. Y en tanto ¡cuál te oprime su injusticia, Triste Mujer! Feroz si te condena, Cocodrilo falaz si te acaricia. ¿Es mucho, pues, si de Natura suena Dentro en su pecho la incesante aldaba, Que anhele una infeliz nupcial cadena? ¿Y qué mujer de resistir se alaba Al soberano amor? Su arpón maldito A la hermosa, a la fea, a todas clava. Y hoy que domina el interés precito ¿No ha de esperar que el oro la haga bella Aunque sea una furia del Cocito? ¿De rabia no arderá como centella Si es despreciada del marido injusto Que sus derechos sacrosantos huella? ¿No ha de tenerle en sempiterno susto Espiando al perjuro día y noche? ¿No ha de arañarle el entrecejo adusto? ¡No, que verá tranquila que derroche Su hacienda en un burdel, y a una piruja Querrá ceder el heredado coche! ¡Y tú la llamas deslenguada y bruja Porque charla, y te aturde y desespera! Hace bien en charlar; que no es cartuja. Mas ¿cuál infame y cínica cohorte A mis ojos parece?... ¡Ah vil canalla, Escándalo y escoria de la Corte! Ahora sí que saltar quiero la valla; Ahora como la pólvora tronante Mi cáustico furor arde y estalla. ¿Quién puede ver sin cólera a un tunante, A su triste mitad poner en venta, Del conyugal pudor vil traficante? «Resista la mujer tamaña afrenta.» ¿Cómo podrá si su holgazán marido La hace vivir desesperada, hambrienta? Si en tanto algún ricacho corrompido Con larga mano a su hermosura brinda Ya el collar, ya el magnífico vestido; Menos heroica que graciosa y linda, ¿Es mucho que por hambre o por despecho Al pródigo magnate al fin se rinda? Así el macizo artesonado techo Que una gotera mina sin reposo Al fin viene a caer roto y deshecho; Así en el alto cerro pedernoso Un año y otro la robusta encina Al huracán resiste proceloso; Y al fin la copa vacilante inclina, Cruje el tronco tenaz, y al valle umbrío Baja rodando en estruendosa ruina; Así al oso feroz del Alpe frío A fuerza de hambre y palos y cadena Hace bailar el hombre a su albedrío; Así a dormir con ruda cantilena La serosa nodriza de Vizcaya Los infantiles párpados condena; Y tanto boga, sin hallar la playa El desvalido párvulo en su cuna, Que al fin duerme sin sueño o se desmaya. ¡Ay! en tanto que halaga la fortuna A un gandul sin vergüenza, torpe, idiota, Gime el talento y el honor ayuna. ¿No ha de sufrir la pública chacota Un marido venal? ¿Por qué a ese reo Sin honra ni pudor no se le azota? ¿Por qué ha de ser escudo el himeneo... Mas silencio: mi pluma avergonzada Se niega ya a pintar cuadro tan feo. «Escuche usted, me dice un camarada: Veamos cuál disculpa a la soltera. El vengador de la mujer casada. «¿Por qué Flérida esquiva y altanera Me precia en menos que su mano hermosa, Talle gentil y rubia cabellera?» No la adulara tanto la enfadosa Cuadrilla de babiecas que la hostiga, Y frívola no fuera y vanidosa. «¿Por qué si a tantos sin rubor prodiga La blanda risa y la mirada ardiente, Inés se llama mi constante amiga?» Porque ya la ha engañado un pretendiente; Y pues en todo el hombre da el ejemplo, No es mucho que le imite... y le escarmiente. «¿Por qué, si bien a Fílida contemplo, Más humana la encuentra y más propicia Quien lleva más ofrendas a su templo?» ¿Qué ha de hacer! De su padre la codicia Al que suspira a secas no consiente, Y al que regala, aplaude y acaricia. «¿Por qué, si es cierto que Belarda siente El amor que su boca me ha jurado, En sus heladas cartas lo desmiente? »Amor tan circunspecto y reservado Es farsa, no es amor. ¿Por qué no imita Mi volcánico estilo apasionado?» Porque a la imberbe tropa hermafrodita En el café no leas el billete, Y la insulten después con su risita. ¡Mal haya el confitado mozalbete Que por darse ridícula importancia La opinión de una hermosa compromete! Escuchadle contar, ¡oh petulancia! Más victorias de amor, que de Belona Ilustraron al héroe de Numancia. Mirad cómo su lengua fanfarrona A alguno cierto, que callar debiera, Mil placeres soñados eslabona. «¿Veis aquella que va por la carrera?... Pues cierta noche hasta rayar el ...» ¡Infame! ¡Y no ha pisado su escalera! «¿Diréis que Petronila es una malva? Pues me da cada lunes una cita, Y el marido... ¡Infeliz! La fe le salva.» ¿Cuál de su lengua gárrula, maldita, Aunque sea una santa se liberta? ¿Cuál no fue suya si nació bonita? ¡Ay desdichada joven si inexperta Vencer te dejas del procaz lampiño! ¡Ay si le atranca tu virtud la puerta! Que, muerto en breve su falaz cariño, Tu honor es su juguete o su venganza, Aunque sea más puro que el armiño. Mas la florida edad de la esperanza, Del placer, del amor rápida vuela, Y a luengos pasos la vejez se avanza; O bien el lindo rostro de Marcela, Que fue portento ayer, hoy desfigura Crudo tumor, aleve erisipela. ¡Y cuánta soledad, cuánta amargura Guarda el hado cruel a la que llora Marchita o jubilada su hermosura! Si la rosa de Mayo encantadora Del hombre esquiva la canosa frente, Ciñe al menos oliva triunfadora. Si en sus aras Amor no le consiente, Temis le acoge, y próvida Minerva Le brinda del saber la sacra fuente. Si el crudo tiempo su vigor enerva, Riquezas prodigándole y honores. Del hambre y de la infamia le preserva. Días ha que disputan los doctores Si es justo o no que la Mujer se ciña A mezquinas domésticas labores. En buen hora se niegue a la basquiña Regir la noble cátedra severa, Blandir el asta y escardar la viña; Pero al menos el Hombre ¿no pudiera De algunas artes reservar el uso A la pobre Mujer su compañera? Todo lo abarca su poder intruso. Tejedor es el Hombre, y cocinero, Y sastre, que es el colmo del abuso. ¡Oh mecánico siglo chapucero! ¡Oh molicie del Hombre vergonzosa! ¡¡¡Yo he visto hacer calceta a un granadero!!! Y porque anhela el título de esposa Con ardor incesante una doncella ¿La censura tu lengua ponzoñosa? ¿Dirás que es liviandad si se atropella, Por si otro más gentil no se aparece, A escoger un marido indigno de ella? ¿Qué mucho si de un hombre se guarece, Quien fuere sea, contra el hombre injusto Que si no la persigue la escarnece? ¡Triste!... ¿No ha de temer el ceño adusto Del que la juzga y manda soberano Sólo porque ha nacido más robusto? Bien con el corazón diera su mano Al bello mozo que en secreto quiere, Y no a su novio enclenque y chabacano. Mas ¡ay, que en vano sin piedad la hiere Del caprichoso amor la flecha aguda; ¡Que ha de arrancarla o despechada muere! Su mal recata ruborosa y muda Si movido por rara simpatía Amoroso el doncel no la saluda. El Hombre con descaro y osadía Declara sus amores, pobre y feo; A la hermosa de excelsa jerarquía. No es dique la opinión a su deseo, Y de una en otra hasta encontrar posada Convierte el trashumante galanteo. Mas en todo la Hembra infortunada Contra su pecho para amar nacido Nace a perpetua lucha destinada. Legislador el Hombre empedernido Ni aun el consuelo, ¡ay mísera! te deja De elegir un tirano en un marido. Así con el cetrino la bermeja, La niña con el trémulo caduco, La aguda con el fatuo se empareja. ¡Persiga Capricornio al mameluco Que sin pasiones vegetar te manda Cual si fueras de mármol, o de estuco! «Bien; resignada estoy, dice Fernanda. Ya del sexo opresor la ley recibo, Aunque me dicta amor otra más blanda. «Mas valga de mi rostro el atractivo, Valga a adquirirme racional esposo El laudable recato con que vivo.» ¡Inútil esperanza! Licencioso Prefiere el Hombre al plácido himeneo Celibato infecundo y vergonzoso. Griego, romano, egipcio, persa, hebreo; Todos honraban cuando Dios quería El santo nudo que ultrajado veo. Si alguno con culpable antipatía Osaba desdeñarlo, era maldito, Y en el desprecio y el baldón vivía. Mas hoy se tiene a gala el sambenito. «¿Casarme? dice Erasto, ni por pienso. No caiga yo jamás en el garlito. »Otro al ara nupcial lleve su incienso. Libre quiero vivir, independiente; Libre gastar mi patrimonio inmenso. »No sea yo ludibrio de la gente. No sufra yo, tras la mujer y el dogo, Cuñado hambrón y suegra impertinente; »Y una recua de primos... (¡yo me ahogo!... Y ¡oh Dios! la ambigua prole venidera, Y el comadrón, el ama, el pedagogo... «¡Qué horror! Ya ¿quién se casa? Un calavera, O el palurdo, si amaga alguna quinta Que en morrión le transforme la montera.» Santo Himeneo, quien así te pinta, Quien te denuesta así no tiene un alma, O más negra la tiene que mi tinta. Y cuando veo su insolente palma Blandir al vicio ¿enfrenaré mi furia? ¿Veré su impunidad en torpe calma? ¿Hasta cuándo, ¡oh virtud! cual hija espuria Te abnegará el ibero corrompido Del Lete al Duero, desde el Miño al Turia? ¿Nada debes al suelo en que has nacido? ¿Nada a ti mismo por ventura debes, Tú que el nombre escarneces de marido? ¡Hombre que al escuchar no te conmueves De la natura el imperioso acento, Feliz te llamas y a vivir te atreves! No más hinchado prócer opulento Compra el amor, sincero, don divino, Que el piloto en el mar próspero viento. Basta a alcanzar el oro alto destino, Basta a lograr efímeros placeres, Basta a rendir el muro diamantino; Mas si algún corazón rendir quisieres, Te ha de costar el tuyo; a menos precio, Te afanarás en balde; no lo adquieres. ¡Ay miserable, miserable y necio! El que compra lisonjas con el oro Comprará la par su ruina y su desprecio. Vendrá la senectud, y amargo lloro Te ha de bañar el lánguido semblante, Si hoy tal vez lo embellece tu tesoro. No habrá una hiedra cariñosa, amante, Que en abrigar se goce al tronco yerto Lozano en otro tiempo y arrogante. Muerto a ti mismo, a los placeres muerto, El mundo que hoy no basta a tus antojos ¿Qué será para ti? Mudo desierto. ¿A quién entonces volverás los ojos? ¿Quién cubrirá de rozagantes flores De tu vejez los áridos abrojos? ¿Quién vendrá a consolarte en tus dolores? ¿Quién besará tu mano, dulce fruto, Dulce acuerdo de plácidos amores? Y cuando pagues el fatal tributo ¿Quién cerrará tus párpados gimiendo? ¿Quién vestirá por ti fúnebre luto? Así rasgada con horrible estruendo. Pasa fugaz la nube veraniega Entre granizo y rayos descendiendo; Y ni una planta generosa riega; Que al caer se disipa, no dejando Vestigio de su tránsito en la vega. Mas ¡cómo ciega al Hombre el vicio infando! ¡Cuántos la arrastran, ay! más ponderosa La conyugal cadena desdeñando! Arruina a Damis Lesbia, la Raposa, Inmunda meretriz; y Damis fiero Desprecia a Laura linda y virtuosa. No quiere que al olor de su dinero Algún pariente acuda; y el pazguato Pariente viene a ser del pueblo entero. Mucho cacarear su celibato; Y obedece la ley de una buscona Que ayer fue propiedad de un maragato. Su corazón le ofrece la bribona; Pero ¿qué corazón ni qué embeleco Si ni aun manda absoluto en la persona? Mírale al tonto pasear tan hueco En soberbio landó con su manceba, Que le burla después como a un muñeco. ¡Mira cuál le engatusa la hija de Eva, Y cuán cara le vende su conquista! ¡Pobre caudal! El diablo se lo lleva. ¿Dónde hay repleto cofre que resista Tanto gastar en fonda y coliseo Y peluquero y tiendas y modista? Cual si fuese la hacienda de un hebreo, La tía de alquiler, el falso primo, Todos entran a parte en el saqueo. Así a la viña de su fruto opimo, Lindera del camino, se despoja, Si al paso cada cual corta un racimo. ¿Y a quién apiada luego su congoja Si reducida su fortuna a cero La ingrata Lesbia del umbral le arroja? ¿Quién no se ha de reír del majadero, Del bagaje mayor que de este modo Su juventud consume y su dinero? «¿No es fuerte cosa, desde el sucio lodo Do yace hundido, me dirá fulano, Que en todo has de culpar al hombre, en todo? «¿A mí me llamas cínico y liviano, Y bagaje mayor, ¡sangrienta injuria! Y estéril monstruo del linaje humano? »¿Y acaso es una Porcia, una Veturia, O más bien una torpe Mesalina Quien vende su beldad a mi lujuria? »Tu lógica es por cierto peregrina. Porque estoy arruinado ¿soy culpable? ¡Pues, qué! ¿No peca más la que me arruina. »¿Querrás tal vez el título de amable Ganar entre las damas abogando Por la ramera inmunda y despreciable? »Y con la vieja infame que el nefando Lenocinio ejercita ¿por ventura Serás también caritativo y blando? »No fuera tal del hombre la locura Si mercenaria la mujer no fuera. Más bendiciones echaría el cura. »Cierto que mueve a lástima Glicera Linda y graciosa, sin hallar marido, Consumir su galana primavera; »Mas ¿qué mucho si un joven aturdido A la adusta Glicera recatada La fácil Araminta ha preferido? »¿Quién no coge la poma sazonada De rama dócil que su mano toca Mejor que de alta copa enmarañada? »¿Qué marinero con audacia loca Cuando le brinda la amigable arena Se va a estrellar en la erizada roca? »¿Quién si la rubia miel puede sin pena Gustar en libre mesa, quién la busca expensas de algún ojo en la colmena? »¡Vate mordaz! ¿Qué vértigo te ofusca? Contra tu mismo sexo ¿quién te mueve A escribir una sátira tan brusca? »Eso faltaba a la Mujer aleve Para colmar su orgullo. ¡Ah! quien la apoya Caiga en sus lazos; sus engaños pruebe. »Acuérdate de Elena. ¡Linda joya! Ella fue de su patria horror y estrago; Ella ardió los alcázares de Troya. »Fíate, necio, de amoroso halago; Patrocina y elogia a las mujeres; Temprano o tarde te darán el pago. »Dones lleva a la diosa de Citeres; Leda con una mano los recibe, Y con otra envenena tus placeres. »¡Dichoso quien a tiempo se apercibe Contra el sexo falaz y más dichoso Quien sin amor y sin mujeres vive!» ¿Has dicho? Óyeme ahora; que celoso A mi defensa vuelvo y a mi ataque, Homenaje debido al sexo hermoso. Quizá ya el triunfo cantarás muy jaque; Mas basta a evaporar tu vanagloria, No digo yo, cualquiera badulaque. ¿Qué vale recordar la añeja historia De la hermosa Tindárida funesta? Sólo pruebas con eso tu memoria. Citar mujeres mil poco me cuesta De castidad y de valor modelo; Mas no es del caso erudición molesta. Ni cubre mi razón tan denso velo Que a todas las disculpe. ¡A buen seguro! Muchas son el oprobio de su suelo. Mas para alguna que rompiendo el muro De la austera opinión al torpe crimen Guiar se deje por conato impuro, ¡Cuántas el hambre déspota redimen Con su indefenso honor! ¡Cuántas, ay! Cuántas de artera seducción víctimas gimen! Censor injusto que de ver te espantas De Isaura la flaqueza, ¿acaso ignoras Que el lloro de Damón bañó sus plantas? Las palabras recuerda engañadoras Que insidiaron su cándida inocencia, Las elocuentes cartas seductoras. Viérasle de su amor en la demencia Jurar por el divino firmamento Consagrarla por siempre su existencia. Viérasle cuán solícito y atento Sus más leves caprichos prevenía, Y así velaba su traidor intento, Y gimiendo a su lado noche y día Cuán rendido ensalzaba su hermosura, Su ingenio, su donaire y bizarría. Así entre gayas flores y verdura Se oculta el áspid y en manjar sabroso La ponzoña vertió mano perjura. No de otra forma el piélago espumoso Con mansas olas el fatal bajío Al marinero cubre cauteloso. ¡Ah! ¿Qué no inventa el corruptor impío Hasta que el triunfo bárbaro asegura, Que olvida luego con cruel desvío? Ora baña su rostro de dulzura, Diestro camaleón; ora abismado En el dolor lo finge y la amargura. Viérasle, en fin ante el objeto amado Con mentido furor el hierro agudo Convertir a su seno depravado. Débil Mujer, en el combate rudo Do a par de la natura el hombre lidia, ¿Qué Palas te defiende con su escudo? Nutrida en la ignorancia, en la desidia, Y tierna más que el Hombre y amorosa, ¿No ha de vencer del Hombre la perfidia? Así en torpe ramera escandalosa La seducción convierte a quien sin ella Tierna madre sería y fiel esposa. Así, Clori infeliz, tu frente bella Do celestial pudor resplandecía Marchita el vicio y la ignominia sella. Aquella que en inmunda mercancía Torna el amor, decrépita rufiana, Aún llora de un amante la falsía. Nunca la hubieran en su edad lozana Con pérfidas lisonjas seducido; Y ahora sería respetable anciana. ¡Ay! después que una mísera ha perdido La buena fama, su mayor tesoro, ¿Qué asombro si el pudor lanza al olvido? Sin apiadarse de su ardiente lloro Hoy lenguaz la deshonra el embustero Que ayer la repetía: yo te adoro. «De la virtud, respondes, al sendero Puede tornar. Si el Hombre se lo niega, Dios le dará el perdón, menos severo.» ¡Saludable moral más que a la vega El fecundo rocío!, aunque en la boca De un botarate lúbrico no pega. Mas tu ejemplo al desorden la provoca. ¿Y por qué llamas hoy crimen horrible Lo que llamaste ayer una bicoca? La que ayer, a tus lágrimas sensible, De gracia fue raudal y de delicias ¿Infame ha de ser hoy y aborrecible? Hoy no vendiera Lola sus caricias Si no la despreciase el insolente, Que robó a su hermosura las primicias. Y no es menos ludibrio de la gente La que al vicio aprendido se abandona Que aquella que lo llora y se arrepiente. ¿Qué digo? Despreciada se arrincona La que siente pesar de su flaqueza, A la relapsa la opulencia abona. Perdió a Dorila su gentil belleza. Pues otro bien no tiene, ¿será extraño Que con ella conjure la pobreza? Ya me replicas tétrico y huraño Que eso de traficar con la hermosura Causa a la sociedad inmenso daño. Sí; mas viviendo mísera y oscura ¿Por qué a la sociedad ser inmolada, Que la arroja de sí como basura? Ni premio espera la mujer honrada, Que entre los hombres vive como ilota, Ni socorro y piedad la descarriada. A tu lengua mordaz el filo embota, Pues, si no seductor, cómplice fuiste, Y no la imprimas indeleble nota. El poder con que el hado te reviste Templa tú con la plácida indulgencia; Y harto será si tu poder resiste. Si el saber y el valor fueron tu herencia, De la Mujer son dotes la ternura, El candor, la piedad y la paciencia. No ve el rostro a la negra desventura El que de una mujer amado vive Que de sus males temple la amargura. La Mujer en su seno te recibe, Y a tu labio infantil el pecho ofrece Do el almo néctar sin descanso libe. No la aurora tan próvida amanece, No a serenar el hórrido nublado Tan halagüeño el iris aparece, Cual su labio amoroso y regalado Sonriendo saluda al caro dueño Cuando a sus lares torna fatigado. Ella, a olvidar el enconado ceño De su estrella enemiga, le previene La limpia mesa y el tranquilo sueño. El cielo dio a su acento que resuene Grato y consolador, y que a tu ira, Hombre feroz, los ímpetus enfrene. La Mujer con el mísero suspira, Y mano tiende al pobre bienhechora Como el Hombre impasible la retira. Su mirar enternece y enamora, Y su sonrisa el alma lisonjea Como las auras al dosel de Flora. Mientras el Hombre bárbaro pelea; Mientras de acero la discordia insana Arma su diestra o de encendida tea; Sobria, dulce, benéfica y humana, Paz amorosa la Mujer ansía, Fuente de dichas que incesante mana. Y en los altares fervorosa y pía, Cuando el Hombre los huye pervertido, Preces al Alto por el Hombre envía. Ni, bien que débil gima y abatido, Al eco de la patria, de la gloria El sexo del amor cierra su oído. ¡Cuántas ganaron inmortal memoria En los campos de Marte y a su frente Ciñeron el laurel de la victoria! Ni labio luminoso y elocuente A la Mujer negó Naturaleza, Y claro ingenio y fantasía ardiente. No es patrimonio suyo la rudeza, Como pretende el Hombre; que el talento Bien se sabe hermanar con la belleza. Mas no ya a la Mujer como portento De gracia y de virtud el Hombre estime: Sólo su compasión mover intento. Duélete, sí, de la Mujer que gime, Por nacer menos fuerte, condenada A adular al tirano que la oprime. Aún por el mismo amor atormentada, En tutela infeliz desde la cuna Vivir la mira hasta la tumba helada; Y en soledad austera la importuna Existencia arrastrar; y al hombre avaro Los favores ceder de la fortuna. Cual rota nave, si luciente faro El puerto no le enseña en noche umbrosa, La cuitada perece sin tu amparo. Contempla que madrastra rigorosa Le envía en cada gozo mil dolores Natura, para ti madre amorosa. Contempla en fin los negros sinsabores Que por tu causa sin cesar padece, Y si la has de ultrajar no la enamores. Basta; que ya mi sátira te escuece. Si en vano corregirte me prometo, Confiésame a lo menos que merece Más amor la Mujer y más respeto. [Manuel Bretón de los Herreros] |
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