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María, yo sucedo
al fondo del polvo
Tus gastados pies corren calles que se despliegan sin sentido.
Tienes cara de tierra, y te llevas todas las luces en las manos
mientras los mares hierven a lo lejos.
Alguien pulsa tu frente de mercurio, tus metales de sombra,
e incita la anuencia de dos labios que se aproximan en la niebla.
Nadan tus brazos una ola que da la vuelta y se quema en su propia espuma.
Mueres y te renuevas en el estruendo de las playas.
¿Te figuras
las estrellas mostrándose,
de repente palpando las cosas del pasado como si fuesen plumas momentáneas?
Y todo esto sucede cuando la muerte es una guitarra imaginaria
o aquel cuello del crimen en un plato sagrado;
un plato con pedazos de tu nombre,
pedazos de tu carne que se llevan la simiente de todos los insomnios
como una luz vencida, como un agua vencida.
Al expirar del sueño un vagón en la noche cruza el mundo
pero…
¿será el mundo como un parentesco que sólo existe si es sentido?
pero…
¿será real lo que es sentido?
Siempre, cuando despiertas,
un fantasma amarillo se enreda sin desembocar
como el estertor de un espejo donde la luz ya no se busca;
la blanca túnica de un día muerto que vino a la deriva,
meciéndose oxidado.
Somos otros, aquellos otros que existen desde lejos
en una hueca máscara que esconde el rostro lacio de los dioses.
María
yo sucedo al fondo del polvo,
y siempre polvo en pensamiento.
Sí, los pedazos de tu nombre, pedazos de tu carne
que en las hojas más largas, se desmoronan.
María
mis días se devastan en los tímpanos del desierto;
se extinguen en la cruz de las montañas
como un parpadeo que atrapa todas sus piedras,
todo el sol, todo el tiempo, toda la muerte
como en la transparencia de una excitación presentida.
Asciende un toro sobre la Vía láctea,
también asciende un astro con sus tigres dormidos.
Asciendes tú
como un pájaro abstracto que renueva los cielos.
Δ
Ese tigre imaginario
Con dos fragancias y alegrías compañeras,
se ahorquilla el calor sobre alguna materia de ruinas;
una ilusión del canto
que parece un cuerpo desnudo,
hechizado en la llama que suplica
en todas las madera.
Y tú,
devuelve el cauce, allí mismo,
en donde la sustancia ya no es misterio
y la pureza es una agua recién despierta.
El mundo se abochorna
mientras tu rostro
pesa como un busto de plomo
abriéndose a los senos de una almohada infinita.
Yo siempre evoco
al animal que devoraba tu vientre.
Era en una hora que no acaecía;
fue extraviada porque esparció un espacio muy tenue,
desacostumbrado y hostil
a una jornada rutinaria.
Deja que el preludio del aire establezca su propia orilla
y que la danza de mis ojos se deslice
sobre la bellísima consagración de tus pechos.
Al fondo del espejo crecen los pastos más jugosos
y vuela el pájaro espontáneo
que en el sueño
ve nacer la razón,
ese tigre imaginario.
Δ
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