Para A. G. B. Has clavado tus emblemas en la noche
-- diamante irreversible --, como un furor
que se dilata, arde.
Sientes el aroma de las bestias asesinadas;
el viento sopla de la orilla difusa.
Tus manos se estremecen,
tus ojos han visto las estrellas,
su lumbre suspensa sobre los campos apacibles.
Se fugan siluetas hacia un pozo.
Voces. Voces.
¿Qué ojo implacable se vierte
sobre los enigmas de tu espera?
¿Quién tiembla cuando aprietas el puñal
que brilla en tus dedos húmedos?
Las profecías tienen olor a sótano,
se pudren entre los viejos cadáveres
que hieden a orina de caballo.
Pero tus colmillos no están afilados,
aún sueñas.
El viento te agranda la mirada
y te detienes a las puertas de los templos,
en las villas derruidas
donde se cruzan, sin verse, los torpes,
los solitarios.
Voces. Voces.
Todo sueño está poblado de mañas,
nadie regresa de uno por su astucia,
só1o la muerte;
acaricia, pues, su aliento, sé su cómplice.
¿No amas, acaso, su simetría de tigre perfecto,
la tremenda hermosura de sus signos?
La belleza te rompe el vientre
con la celeridad de un cuchillo de vidrio;
los sueños estallan,
¡hunde los dientes en el estremecimiento
de los sueños!
Has clavado tus emblemas en la noche,
pero no son ya el brillo alucinado
del diamante.
Sobre tu cabeza de viejo animal,
en la vasta revelación de la negrura,
se desvanecen los signos de tu estirpe.
[Esteban Luis Cárdenas]
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