Rosa extrema,
Impalpable rosa trastornada.
La pezuña quemante de los dioses
Abrevando besadas carreras,
Se ha detenido en el valle de la inercia,
En los estáticos alientos del sudor.
En el fragante nacer de las entregas.
Yo,
Con los aniversarios de mi canto en gracia,
Decrépito te escalo con mi frase muerta.
Hay transfiguración,
Hay un nuevo semblante en la herida de la espuma.
Verdad, verdad,
De mis lágrimas cae un tigre desollado,
Y la más femenina de las horas soba mi piel.
Frente a tus rodillas laicas
El santo y seña del espíritu,
Solemne se arrastra frotando aceites.
Cuando venda el último pecado,
Comprare la mañana de los bosques.
Eterna novia del perfume triste,
Convaleciente,
Convaleciente moriré amando tu sonido.
[Reginaldo Vásquez, El Querido Animal,
1952]
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