[Marco Antonio Campos]

 

 

 

¿Quién leerá mis versos?

 

¿Quién leerá mis versos? ¿Quién los leerá?
Pronto me iré, y así será, y me iré ¿y qué pasa?
Me he resignado a irme, como me resigno
a los dolores de la tendonitis, a los cólicos
que arquean el cuerpo y la mala circulación.
Qué importan las novelas, los cuentos,
las crónicas o ensayos ¿pero mis versos?
Si en el futuro alguien los lee, tal vez perciba
que los escribí con la llama del sol en la hoguera del mediodía
sobre los girasoles, con los matices múltiples
del púrpura y del violeta en la disminución del crepúsculo,
con el grito doloroso del tigre lanceado
en el momento de fallar la red,
con gotas de sangre del pecho de las golondrinas
que no lograron completar el vuelo.

 

 

 

Álbum infantil

 

En fotografías de los años cincuenta,

a Carlos puede vérsele con cara

de angustiado o de tristemente escéptico,

que luego borraría del todo.

Ricardo tiene ojos de tigre listo

para lanzarse a través de la selva

o a la calle o adonde fuese.

Gabriela disfraza de gorrión en fresno

porque las hojas son ala natural.

Él mira en el álbum el niño que fue:

el niño gesticula, grita, golpea, hace

ademanes, anhela ser visto, siempre

y nada más y siempre, el gran payaso.

Ve lo mal que vestían, si vestir es eso,

y si ropa ésa. Ve la casa agrietándose,

ve la cara y la casa.

 

Andando el tiempo ha andado por el mundo.

No cambió, o mínimamente, de cara,

de máscaras o de hábitos. Sólo una leve

tristeza, sólo un leve dolor que le ha minado,

que le ha sangrado el cuerpo, el corazón, el alma,

como si hubiese enfrentado parsimoniosas fieras,

como si hubiese cabalgado ferozmente solo

entre las patas de los caballos.

 


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