Despedida

Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,

pedir los abrigos y marcharnos,

aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo

y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;

se quedarán los demás, que cada vez son otros

y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,

también el hueco de nuestra imaginación se queda

para que entre todos se encarguen de llenarlo,

y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,

como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo

y luego, sin rencor, deja de estarlo.

 

¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres,

allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas

esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra,

eternamente? Así es el cielo al que aspiro. Un cielo

con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas

en el que el tiempo se mueve tan despacio

que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua.

O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan

las luces iridiscentes por secretear con sus mejillas

de arrebolados maquillajes. El cielo cruel de los pastos,

esperanzador y eterno como la existencia de los dioses.

O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando

que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen.

Lo que queda no hubo manera de enmendarlo

por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo,

ya estaba medio mal desde el principio de las eras

y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse

a deshacer el apasionante intríngulis de la creación,

de modo que se queda como estaba, con sus millones,

billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano,

esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos

y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver.

Nos vamos. Hago una caravana a las personas

que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós.

 

 

[Alejandro Aura]

 

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