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Tras un
largo pensamiento
Quitad las aceras,
ya no tengo ninguna meta por alcanzar:
con mis pensamientos, por los rincones de un café,
puedo vagabundear por todas las calles de Europa
y yacer con las mujeres más bellas de la historia.
Decid a mi pequeña patria, hiriente como un tigre,
que yo levanto el dedo índice como un alumno
pidiendo la muerte o el adiós.
Pero
en ella tengo algunas canciones antiguas
desde los días de la infancia,
y las deseo en estos momentos.
No subiré al tren
ni diré adiós
si no me las devuelven letra a letra
y punto por punto.
Y si no quiere verme,
o si no quiere rebajarse
a discutir conmigo ante los peatones,
que me responda tras la puerta
o que las ponga en un bulto viejo, frente a un umbral,
o detrás de algún árbol,
que yo me apresuraré a recogerlas como un perro
mientras la palabra libertad siga siendo en mi idioma
una pequeña silla de ejecución.
Decidle a este ataúd extendido hasta las costas del Atlántico
que no puedo pagar el pañuelo para llorarle.
Desde las plazas de la lapidación en la Meca
hasta las salas de baile en Granada,
hay heridas rotas en el vello del pecho
y condecoraciones de las que no quedan más que vencejos.
Los desiertos se han quedado sin cuervos
y los jardines sin flores.
De las cárceles ya no surgen llamadas de socorro,
los callejones se han quedado sin peatones,
ya no hay nada mas que polvo
que sube y baja como el pecho del luchador.
Huid, oh nubes,
las aceras de la patria
ya no son dignas ni del barro.
[Mohamed
al-maghout]
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