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Esta inaudita aparición en La Habana, la
ciudad en ruinas, nos ilumina a todos.
Sentado en el banco de un parque, donde también está
sentada la estatua de John Lennon, el comisario
bueno, el comisario amigo y sin rencor, Roberto
Fernández Retamar, tiene puesta la gorra de Trotsky, y
en la mano ostenta el bastón del pastor de ovejas.
¡Qué lindo es todo!
La paz, y sobre todo el tierno Comisario.
Pero lo que más maravilla, a los pies del Comisario
con gorra y con bastón ( y esto en una luz de ruinas,
iluminando el mediodía en ruinas, de la ciudad en
ruinas), es la presencia del tigre.
Un inaudito, inanarrable, tigre posmodernista que,
para nada, tiene que ver con ningún tigre soñado por
William Blake, pero que, eso sí, tiene la misma
sonrisa que pudo tener aquel dentista que, dicen, inventó la guillotina.
Û
Cursor descontrolado
El como
endiablado cursor moviéndose, rewind. Un parpadeo hacia atrás, febril, como
una película. Si hubiera seguido con el mismo ritmo que tenía, habría
logrado aquellas escenas silentes de mi infancia en que Tom Mix corría en su
caballo.
Pues llueve
de una manera brutal y, por supuesto, el parabrisas está haciendo todo lo
que puede hacer.
Me imagino
que soy yo el que está en el volante: el cursar, el rewind junto al
parabrisas devorando mi pasado, hasta recorrer todas las millas.
Pero nada más
que en un instante coloca, ¡es lamentable!, entre tanta lluvia como está
cayendo, su garra el Tigre de lo Invisible. ¡Es lamentable!
Ya que sólo
esto le ha bastado al Tigre -tocar con ferocidad instantánea-, para que el
cursor se convierta, junto al parabrisas inútilmente disparado, en lo que,
trebejo como tareco, sólo sirve para mostrarse con ese zumbido,
móvil-inmóvil, de lo que nunca volverá a dar pie con bola...
Û
Una canción
verdaderamente tecnificada
Es, no lo duden, una canción con un gabinete ultra
tecnificado. ¡Ultra tecnificado!
Me están sometiendo a pruebas últimas.
Duele.
Una canción con un gabinete muy estilizado, también
digo. En el medio, el instrumento, vertical, que sé
que tiene que ver conmigo.
Yo estoy casi parado, debo decirlo. Predomina la
verticalidad.
Pero temo que me pueda doler mucho.
Pero temo que no pueda resistir.
(Y me parece que estoy con dos médicos.
Uno de esos médicos es una mujer.
Una mujer también tecnificada, pero muy eficiente).
DUELAS
MUESCAS
Sin saber si podré resistir. Todo se alarga. Se
estiliza todo. Y, sobre todo, inmóvil todo, se mueve.
Increíblemente, vuelve ese pensamiento con: la
vehemencia inaceptable del país de los tigres. ¿El
país de los tigres? Pero, ¿qué tienen que ver los
tigres con la tecnificación?
.
Yo estoy usando un bastón que me sirve bastante. Y yo
sigo, con el árbol frente a mi ventana, llevando una
vida extremadamente absurda.
A menudo, me sobreviene un terror pánico. Después de
un día lluvioso, el sol ahora, a las seis de la tarde,
está asomando. Asomando para desaparecer.
Mañana será otro día.
Û
Este tigre,
un tigre sin final
Con una barba hecha con mosquitos. Pero
¿puede haber una barba hecha con mosquitos? Pensándolo bien sí, sí puede
ser. El suave tigre, el suave tigre de amarilla lana. Pero ¿dónde estará la
cara con que se pueda soñar ese tigre?
Agudamente, se desprendía de sus labios. ¿Agudamente?, ¿qué quiere decir
eso? Era como el recuerdo de una guayaba que, una vez, cayó en un corral.
Pero, sobre esa noche, nadie podría decir nada. ¿Puede un charco de enredos,
tener algún color?
Mancha roja, para empezar. Pero, eso sí, con la conciencia de que nada se
puede seguir haciendo. Yo seguí escuchando el ruido del avión que pasa a las
10 de la noche (pedal, un amarillo). Me acordé de la cocina que quedó vacía,
en la casa de la infancia. Pero, ahora, no quiero persistir en un ruido. No,
no quiero persistir. Es que ese pipisigallo, con la misma cara que tenía la
pareja de los guardias rurales del tiempo de mi infancia. Ellos iban en el
vagón de un tren. Igualito que las patas de un ángel. Después de esas patas,
o junto a esas patas, estaba el ruido de un mosquito. Es que se cree que
todo podría culminar en aquel devocionario nacarado, que fue utilizado el
día de la Primera Comunión.
O sea, tratando de decirlo de otra manera; las píldoras que cuelgan de un
anzuelo, mientras el mosquito se baña en la fuente. ¿ O será que, en este
segundo, un color rosado tendrá sólo que ver con esa visión del suave tigre
de amarilla lana?. Pero, ¿ donde es que, ahora, está apareciendo la mitad de
mi cara?
Û
No
sé si fue en lo inmediato del despertar o si formó parte del
sueño. El tigre, un paradójico tigre pacífico, apareció, paseándose, por la
sala de conferencia. Allí estaba mi amigo muerto ya, Mario Parajón, quien
por tener la cara cubierta con un manchón negro, no sé si me saludó o no.
Vale.
Û
Cuando el
doctor Hugo García quiso probar hasta que punto yo estaba tupido,
me introdujo por la ingle una camarita con foto que me llegó hasta el
corazón. Entonces vi los colores brillantes, luminosos, que se desprendían
de mi cuerpo. "‘Las rojas azaleas que producen la locura en el cerebro’, las
que vio Casal. ¿Conoció usted, doctor Hugo, este verso de Casal?, le dije al
doctor Hugo, pero el doctor Hugo no sabía quién era Casal".
Recuerdo esto
porque hoy, en la siesta, vi al tigre blanco que se ubica en el pulmón. El
tigre estaba acurrucado (?). No sabría decir por qué, el tigre estaba
acurrucado, pero le cogí miedo al asunto. Por suerte, me desperté.
Û
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