¿Por qué los tigres tienen tanto miedo? | ||
Entonces comprendí que él era un niño y que el don que poseo de él provenía. Umberto Saba
¿Cuándo nos sentaremos otra vez para despabilar juntos las velas en la ventana, Y charlar acerca de la lluvia En las colinas de Pa? Li Shang-Yin
Una hermosa mañana de invierno mi padre y yo nos escapamos de casa. A lo lejos mi madre sacudía los brazos. La bicicleta es roja y luce como una estrella. Mi padre respira profundo y comienza a soplar. El barco tembloroso inicia su vuelo las olas y la lluvia golpean su frente y en el fondo del mar se dibujan esquinas movedizas y cientos cientos de árboles sin nombre.
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A veces despierto y soy una hoja encerrada en la copa de un árbol. Allí el tiempo se pierde entre la monotonía del cielo entre parejas que con sus besos forman caracoles o borrachos haciendo de los árboles sus casas.
De pronto, la tarde me concede un deseo el viento con furia me libera y comienzo a chapotear alrededor de un lago de aguas tranquilas.
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Miro la jaula embobado. Imito los movimientos y la voz del animal. Desde su figura gallarda y sus ojos achinados, me mira ¿por qué los tigres tienen tanto miedo?. Un látigo golpea su cuerpo dorado y del dolor me estremezco. Dentro de la jaula el tigre corre enfurecido queriendo alcanzar las puertas del circo.
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Cada tanto, caigo en las profundidades de un estanque. Allí, mi voz no grita como una tormenta ni queda tartamuda al borde de los labios. Cuando escribo un poema mi voz está en calma.
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Camino con el cuerpo encorvado a lo largo de las galerías del castillo. Sus paredes caen y luz (lo que se dice luz) no hay. Las ventanas pobladas de aves negras enmudecen de golpe. Mi mano arrastra la armadura de guerra. Y la sangre recorre mis huesos con furia como un río desbordado a las puertas de la habitación.
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Llegaste al borde del abismo, y como un actor sin voz ni personaje, te detuviste. ¿Cuántas palabras hay en el cuerpo de un niño que se desvanece en la mirada de un hombre?
Aquellos dos jugando a la pelota a orillas del mar se pierden con el ir y venir de las olas.
¿Cómo será mi voz cuando termine el día?
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Aquella noche, con el rostro cansado, él me dijo: Todos mis poemas surgen de largas estaciones de silencio. Luego, una o dos palabras se humedecen y caen sobre extensos campos de girasoles.
A veces, desde la ciudad llega una música seductora. Las jóvenes se acercan con sus vestidos floreados y amontonan sobre los canastos los frutos hasta el anochecer. Entonces, mi cuerpo vuelve a descansar.
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Recostado en el centro del campo no quiso hablar. El sol lo cubría. Pero al anochecer, misteriosamente su boca volvió a transformarse en un volcán. Como de una galera cientos de pájaros volaron hacia el cielo nocturno. [Pablo Croci] |
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