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Si estuviese aquí
ahora Genoveva Propincua,
muerta probablemente del mal de Agamenón
en el cuarto de baño de un hotel de Lisboa,
si ella estuviese aquí aunque nunca del todo,
¿podríamos volver a convencemos de que ya somos
justamente
lo contrario de quienes quisimos haber sido,
de que el día de mañana era entonces como una
anomalía
aviesamente inscrita en el tramo final de las
interjecciones,
de que en vano quisimos una y otra vez sobreponemos
a la pesadumbre de los trenes nocturnos,
al terror de las gasolineras perdidas en caminos
vecinales,
a las declamatorias contingencias etílicas
de ese paisaje apenas ya fluvial donde el parpadeo de
las balizas
se parecía cada vez más a los ojos de un tigre?
Ésa fue nuestra
pequeña historia inmotivada,
nuestro precario reino de preguntas, cuando
en los parques comparecían adolescentes de perversa
fragilidad,
cuando el estertor de las ambulancias amputaba
el dulce advenimiento del amanecer
y los cementerios marinos se llenaban de barcos
con los costillares pudriéndose adecuadamente bajo el
sol,
cuando Iván Almatesta se batió en duelo a primera
sangre
con quien ahora trata de contarlo...
Ésa fue nuestra historia, olvídala si puedes,
olvídala enseguida como si fuese un sueño, nadie
podrá inculcarnos un pasado distinto al que vivimos,
nadie corregirá ya nunca esa incredulidad.
Ven, aunque sólo sea para poder decirme
que en absoluto piensas acudir a esta cita.
[J.M. Caballero Bonald, Manual de
Infractores, Seix Barral, Barcelona, 2005] |
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