a Rafael Pérez Estrada i.m. Alguien entrega a domicilio
un tigre de Bengala
y lo deposita en la terraza.
Una niña le arranca los ojos
para poner en su lugar
dos amatistas.
Luego aparecen los monos
con sus mandíbulas de ámbar
y -centinelas hasta el fin-
toman por asalto los pedestales.
Tú ya no estás
porque en un periódico dijeron
que te habías marchado
cuando una pareja de águilas
rehusó anidar
en uno de tus árboles de jade.
Apenas unas cuantas líneas para anunciar
toda una vida en favor de la orfebrería
y de las decoraciones mas relucientes.
Sin embargo los insectos
todavía ocupan sus tronos
y los anfibios se deslizan -translúcidos-
por el caudal de las acequias.
Ese resumen tan breve ha omitido
tu maestría para instruir a las bestias
sobre las leyes de la luz
y tu responsabilidad para educar
a los engendros arrojados a tierra
por la lucidez.
Ni una palabra sobre la jerarquía
de los resplandores
ni sobre aquella escenografía
donde transformas corte y realeza
en zoológicos de la imagen.
Tampoco han podido informar
sobre el destino de tantas criaturas
irremediablemente huérfanas
pululando por calles, librerías
y ateneos
apareciendo
y desapareciendo de improvisto
en los sitios mas obscenos.
Por tu insistencia
ahora las fieras acuden masivamente
a los desfiles de moda
y como señoritas de sociedad
nunca olvidarían el uso del lavabo
y los perfumes
pues deben cumplir las reglas de protagonistas
en la estética
que tú les has mostrado.
Una de ellas
-la hiena con vagina de cristal-
se ha extraviado
y nadie -ni siquiera los anticuarios-
han podido detectar su paradero.
Pero tu audacia ha llegado a los límites
cuando por las noches los retretes se iluminan
bajo la blancura de los desinfectantes
con las muchedumbres allí apretujándose
para contemplar el nacimiento de Afrodita
por la taza del inodoro.
El amor naciendo directamente
desde las alcantarillas
con sólo tirar de la cadena.
De esta manera has concedido a cada humano
la posibilidad de crear su propia diosa
sin los inconvenientes que suponen
los golpes del cincel
y del martillo
sobre la carne de alguna mitología.
Has convertido la defecación !
en un sacramento de esperanza
y de fe en el océano
aunque hacia el te conduzcan los albañales.
Así, a pesar de tu huida sin explicaciones
has dejado abierta
una oquedad en el fondo
para enviarnos a través de ella
aquellas especies aún no creadas
junto a trozos de marfil
tersuras de pieles
y sobre todo algunos sueños
para ser representados
en los escenarios de siempre.
Pero lo más sensacional es tu victoria
contra las máquinas
el poder de tu avalancha de deleites
y pedrerías
las inundaciones de imágenes
e interpretaciones de la gracia
jamás logradas por ningún aparato
o inteligencia
acechando desde los abismos de la virtualidad
y la tecnología.
[Juan Carlos Vílchez,
Zona de perturbaciones, Centro Nicaragüense de
escritores, Managua, 2002]
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