Paréceme una cueva donde guardar los hilos
que estallarían el aceite y la saliva
levantados como sudarios por el júbilo negro.
Me río en la albura de esta profanación:
¿Son manicomios los que ríen
por mi perdida sangre, por tu perdida osamenta,
por el tejido de llagas?
Entre ellos va cayendo una mansión.
El germen vela a la hija más fría
de Xangó con su perro entre los pastizales.
¿Ante qué liquen era el milagro
de tu muerte hundida por un tigre que vuela?
La sed pregunta por la herida,
discurre en percepciones de rocas
de un planeta exhalado para el amor,
para otros altares.
No hay víctimas sin red,
ni lajas sepulcrales sin declives.
El soplo desnudo es un caballo.
Paréceme trepar como gramilla lejana,
tal vez humo.
Δ
De los varios
modelos de un frío inicial
Dice, debe verlos,
los viejos, los pálidos, los míseros,...
Hofmannsthal, La muerte de Tiziano
¿Cómo esculpe las mandíbulas de mi pequeño tigre
este teatro que ha sabido de la profanación y sus crías?
La osamenta cede su lugar al poseído
con duraznos que hieren y se apagan.
Me ocultan quienes me persiguen.
Largas noches, días suicidados,
vuelven a descifrar aquel gesto en la marea
blanca de mis muertes.
¿Cuál es el don entonces?
¡Aguijones, lampreas, lluvias vacías!
Miras desde abajo.
¿Dormiría derritiéndose en telarañas,
sublevándose en cruces de un juicio final
para rozar al ausente
con todo el viento sepultado en la luz?
Esa voz nace del estruendo,
babea entre pequeñas criaturas
perseguidas de la tierra.
La cabeza estalla.
¿Es posible, no es posible?
II
El antepasado vuelve a fecundarte
en lo remoto.
III
¿Yo me animo a perturbar el universo? , dirá Eliot
con el mismo ungüento de ridículo en su corbata.
Yo soy Lázaro, vengo de entre los muertos, dirá Eliot.
IV
El pago de congojas cruza el mausoleo.
Caliente aire sobre un mediodía,
no ha de morir el conmovido.
Aleteos en la sombra de su eternidad:
no, nunca está en el mismo lado.
Se quiebra.
Ya es un puente.
V
Pliegues de Verónica para exaltar un árbol.
Bajo hacia las colmenas y sepulcros.
Lupanar en los ojos del incesante.
VI
Arañas
cuando las manos tejían la luz
G. Apollinaire
¿Adónde el encarnado?
¿Adónde la máscara de lluvia de niño del yacente?
¿Adónde el vértigo comido por hormigas?
¿Adónde el harapiento con su esfinge leprosa
siempre a cuestas por la orilla?
¿Adónde la que escancia el filoso perfume?
¿Adónde la taberna para nombrar mi dinastía nocturna,
mi decorado entre mármoles que gimen?
¿Adónde mi jardín de rocas
cuando entras con tu cuchillo y me desatas?
¿Pero debes pasar?
Somos los dioses.
Δ
Tigre que vuela
Sorbida es la muerte en victoria.
1 Corintios,
15:54
Hay una reina que nace
en los combates del día.
El rey aguarda entre
las brasas brevísimas
la imantación de una
criatura al viento.
Ahora los dos sepultan
realidades que sangran
en la vasta pantomima
del mundo.
Mudanzas del vuelo
(fisuras que te engendran),
esta luz sumerge en
carne escalofriante
de arañas y de altares.
¿Y cómo entrarían las
garras a tu conciencia:
hacha de jade, hacha de
hueso, diente ritual?
La piel estalla por los
escalones.
En risas subes el
Templo de las Dos Cabezas
tajeando el iris con mi
cerbatana de narcisos.
Animal de las tumbas,
profáname.
Diuturnidad en los
portales de Comizahualt.
Corónate con antifaces
de escarnio:
así verás brillante la
vasta pantomima.
En la semilla labro el
fuego, el alabancioso liquen
y las caras de otro
insomnio.
¿Y este alarido? ¿Y
estas crías llagadas?
Un vuelo nupcial es mi
sobreviviente.
Δ
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