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I
Yo, que vendo los peces
para ganarme el pan,
Descubro la imprecisa urdimbre de las
cosas.
(The customer is asking: How much will be the pound?
How many Angels
fit in the bowl of a kiss?)
Corto la carne noble que en Cuaresma no es
carne,
la peso en la balanza, la pongo en su envoltorio.
Las langostas del Maine al fondo de su tanque
parecen indefensos gladiadores romanos,
héroes de Homero ahogados en el sitio de Troya.
El comprador pregunta cuánto vale la libra.
Algún rostro me trae ecos de la belleza
mientras mi mano cuenta los ávidos mariscos,
pétalos de una rosa deshecha, innumerable.
Me pregunto si el alto mostrador de los peces
no es el puente que fluye sobre un río detenido,
si el rostro que el metal del mostrador refleja
será el rostro que tuve antes de haber nacido,
cuántos ángeles caben en el cuenco de un beso.
II
Yo, que hoy
corto los peces, escribí en otra vida
cuyo recuerdo guardo: He de nacer de nuevo.
El Azar, o el Destino, o la Misericordia
que llamamos María o Avalokiteshvara,
obraron el incierto milagro. El palimpsesto
de rostros que ahora soy (Tiresias simultáneo
o Jano
transparente o indeciso centauro).
Se sujeta
del pez y del cuchillo como
de los barrotes que arman la cárcel de una cuna.
Barrotes, balaustradas, certidumbres, atisbos,
franjas de un vasto tigre de oro y sombra áspera.
III
(Aporías,
paradojas medievales, absortas
ecuaciones del Zen, sensaciones, memorias,
el amor no encontrado, la agonía, la esperanza,
cosas sin ningún nombre: todo es echado al fuego
del crisol o el caldero donde se hace el poema.)
Buscando signos, vuelvo la hoja del cuchillo.
el hígado del pez es otro espejo humeante.
¿Cuántos ángeles caben en el cuenco de un beso?
El comprador pregunta cuánto vale la libra.
[Félix Lizárraga]
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