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[Carmen Conde]
Tus ojos son las fuentes Aunque te diga no, empéñate en sí
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Tus ojos son las fuentes | ||
Tus ojos son las fuentes donde beben los tigres, que cuando tienen sed no respetan las selvas; y arrancan, mientras rugen, esas flores sencillas que entre el romero mueven su poderoso olor. A tus ojos se vuelcan las entrañas del monte, y por nacer en ellas, ¡oh líquido delgado!, consienten que las lenguas vellosas de las fieras, lamiéndolos con furia, sequen ríos de ojos. Tanto como el romero florido, cuyo aceite persistirá en la piel de los fieros sedientos, huelen cortas raíces y esbeltos anticipos de las flores oscuras del secreto deseo... La luna se deshoja como un ave en tu agua. A los tigres con celo esa luz los persigue como loco fantasma de una caza suprema que en el río, tus ojos, es posible alcanzar. Tengo frío ante ti. Porque fuentes tan frías no se encienden sin ángel que su calor otorgue. y ese ángel que a ti, a tus charcas bajara, no lo oigo cantar ni lo siento fluir. ¡Ah tus tigres con sed! Déjalos que nos beban, y cuando ya mi boca reseca se deshaga, suéltalos sobre mí, no detengas el ataque: para tus fieras tengo una cierva en mi cuerpo. Necesito tener el alma mansa Es preciso domarla, que su fiebre ¡Oh, mi alma suave y sometida, Yo te pido, amor, que me permitas ¡Cuanta sed la mía! Vuelca lluvia frondosa Son de incendio mis manos. Echo humo amarillo ¡Oh tu agua de lluvia; ponla pronto en mi lengua! Aunque te diga no, empéñate en sí
Aunque te diga No, empéñate en Sí, y si te empujo, procura tú vencerme. Así que te rechace de mi vida azotará mi espíritu el perderte. ¡Intuyo que una hoguera tan perfecta nunca nadie podría ya encenderme...! Y es duro y es cruel que yo batalle quitándote de mí. Resueltamente cortándome de ti, para librarme de este sordo luchar en que me vences.
en un continuado nacer de tus palabras. Imágenes que son imágenes ya fijas de tanto recordarlas me turban y enloquecen. Te veo como un día que fuiste una brevísima criatura sorprendida por labios repentinos. Te veo en alta noche, temiendo que tus ojos mintieran por amor que era yo la que buscabas.
das vueltas en el aire en rueda que no para! Yo sólo pienso en ti. Te odio. Te deseo.
auséntame de ti, martirizante imagen, ¡que te ven en mis ojos anhelantes, los ciegos!
que cuando tienen sed no respetan las selvas; y arrancan, mientras rugen, esas flores sencillas que entre el romero mueven su poderoso olor.
y por nacer en ellas, oh, líquido delgado, consienten que las lenguas vellosas de las fieras, lamiéndolos con furia, sequen ríos de ojos.
persistirá en la piel de los fieros sedientos, huelen cortas raíces y esbeltos anticipos de las flores oscuras del secreto deseo...
A los tigres con celo esa luz los persigue como loco fantasma de una caza suprema que en el río, tus ojos, es posible alcanzar.
no se encienden sin ángel que su calor otorgue. Y ese ángel que a ti, a tus charcas bajara, no lo oigo cantar ni lo siento fluir.
y cuando ya mi boca reseca se deshaga, suéltalos sobre mí, no detengas su ataque: ¡para tus fieras tengo una cierva en mi cuerpo!
que una raíz se seque sin romperse en el tallo y alumbrar en la flor, para que el aire sepa lo que la tierra sabe, porque tuvo raíces.
porque yo soy un cauce del grueso de tu fuente. Y para correr en otros tendrás que derramarlos o que volcarte hondo, rompiéndolos por dentro.
será capaz de darte lo que yo te daría, si en lugar de negarme a que germines, corras, yo te hiciera mi agua, calentara tu grano.
qué frenética para que no quiere cedérsete! |
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