Heian, jardín para los dioses

                                                       
  a Tsutomu Okuyama

 
  Por esta fronda, sobre estas quietas aguas
pasea su invisible presencia el alma de los dioses.
Sobre estas aguas de dulce azul
que los peces recorren en romería armoniosa,
siento más hondamente la misteriosa vida
que más allá de un milenio ardía en ti,
Kyoto insondable, Kyoto indescifrable,
Kyoto que te pierdes en edades de niebla.
Heian, altar para los dioses, casa para los dioses,
jardín para alojar el espíritu de tus viejos monarcas.
Bajo estos cerezos de verdes ondulantes
siento los livianos pasos de Kammu, de Kohmei,
con sus mejillas pálidas y sus ojos oscuros
que no ha mellado el tiempo.

Cuando traspuse el torii de maderas antiguas
mientras la leve brisa rondaba por los pinos,
sentí como miradas de unos ojos ocultos
en las hojas del sauce, en los lotos sin flores,
en las aguas serenas rodeadas de colores;
caían sobre mi ser cual arcaicas saetas
las pupilas atentas de esos emperadores
suyos rostros se pierden más allá de los siglos.
Bajo esta sala inmensa de esmaltadas maderas
donde el buna y el mizunara trajeron su mensaje
desde el callado rincón del bosque,
sutilmente aletea el tiempo sin linderos.

Okuyama mira como yo en silencio
esta paz de la tarde emergiendo callada
para rendir tributo a estos melancólicos símbolos
de un mundo que es apenas la sombra de otro mundo.
Soryu, verde dragón, Byakko, tigre de nieve,
cómo se intuye el hálito de tus altivas fauces
bajo esta paz religiosa que Heian nos ofrenda.

Atrás quedan las formas esbeltas de los templos,
las armoniosas frondas de cerezos y sauces,
las aguas de azules y frágiles mejillas.
Parece que los dioses vienen tras de mis pasos.

[Pascual Venegas]

 

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