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Sepulcro
en Tarquinia
(poema)
E loderó quella che più mi piacque
delle tue donne morte
e il tenue riso ond'ella mi delude
e l'alta imagine ond'io mi consola
nella mia mente
......................................................
e il sogno di voluntà che sta sepolto
sotto le pietre mute
G.A.
Poi mi partia, consumato ogni duolo
DANTE
se abrieron las cancelas de la noche,
salieron los caballos a la noche,
campo de hielos, de astros, de violines,
la noche sumergió pechos y rosas,
noche de madurez envuelta en nieve
después del sueño lento del otoño,
después del largo sorbo del otoño,
después del huracán de las estrellas,
del otoño con árboles de oro,
con torres incendiadas y columnas,
con los muros cubiertos de rosales
tardíos
y tú en aquel tranvía salpicado
a la orilla del agua por las barcas,
por las luces
y el viento y los faroles y los remos,
aquel rostro otoñal que no vería
nunca más, amor mío, nunca más,
detrás de los cristales del tranvía
con un sueño de potros en los ojos,
con un hato de ciervos en los ojos,
con un nido de tigres en los ojos,
y con la bruma de los cementerios,
y con los hierros de los cementerios,
y con las nubes rojas allá arriba
(encima de cipreses y aves muertas,
del tomillo y los búcaros fragantes)
de los cementerios
navegando en tus ojos
se abrieron las cancelas a la noche,
salieron los caballos a la noche,
se agitaron las zarzas del recuerdo,
pasó un desierto (el mar) por mi recuerdo,
lloraba aquella niña en el camino
lleno de cruces
si me vieras junto a esta mesa oscura
con la manta y los vidrios de colores,
con el fuego apagado, sin más fuego
que éste de aquí del pecho, de aquel otro
de tus días pasando apresurada
hacia el lago y la noche y los jardines,
si me vieras,
si supieras:
ataron los leones con cadenas,
les metieron argollas por las bocas,
alguien llenó de plomo cada tubo
de la fuente y el agua de la taza
de mármol,
el agua de la taza sonrosada,
el agua de aquel mármol veteado
como serpientes verdes, como sierpes,
la envenenaron toda y allí está
muerta como las hojas que cayeron,
amordazada como los leones,
llena de argollas y de soles muertos,
llena de sol y lunas ateridas
debieron de robarles la custodia,
los hachones de oro y aquel cáliz
de ónice y pedrerías muy hermoso,
debieron de picar todos los techos,
artesonados, púlpitos, altares
(Tiziano, viejo amigo, había lienzos
cubriendo las paredes y se abrían
las tumbas que ya estaban expoliadas)
todo cayó en efecto, había una música
y una luz en ojivas y arquitrabes,
Lentz, Scarlatti, Telemann, Vivaldi,
techos llenos de frescos, los sagrarios,
las ancianas maderas aromadas,
carcomidas, lustrosas, de los coros,
el retablo, las losas, las trompetas,
el tropel de los ángeles, a veces
un son de mando lino, aquella virgen
de Botticelli con tu rostro, violas
temblando en nuestras venas y un gran coro
tronando enfurecido con el órgano,
con el corazón
el corazón, el corazón, salías
sin saber que ya todo había acabado
a la noche de entonces, tan beoda
se diría, con los cabellos sueltos,
tan sofocada y tímida, tan triste,
la música te hacía estremecer,
si llorabas las calles empedradas
te sentían pasar,
había un eco puro si llorabas,
algún jardín que daba pena verlo,
si llorabas
la ciudad encendía sus bujías,
todo era de metal, la Vía Láctea
crujía si llorabas, el abrigo
azul marino, la capucha alzada,
bajando muy despacio cada losa,
muy deprisa frente a las hornacinas,
si llorabas...
no eras feliz entonces, yo diría,
después de los conciertos, yo diría
que tu piel era suave como un cetro,
como un cetro preciada y dura y firme,
qué caja de viola todo el vientre,
yo diría
que un órgano sonaba por tus venas,
quién lo diría, todos te miraban
cruzando las murallas, bordeando
el teatro romano, si llorabas
adelfas en la sombra te sentían
pasar, cuánta frescura, crepitaba
la grava del sendero, eran tus pasos
si llorabas, eran tus ojos de ágata
los que soñaban una escena fúnebre
entre aquellas columnas abrasadas,
si llorabas
había rojas túnicas prendidas
en las zarzas, un bosque amaneciendo,
un bosque de cipreses encendidos
y sangre en aquel busto destrozado,
después del río te perdías lenta,
llovía lentamente si llorabas
o un huracán reinaba en la ciudad
y yo nunca sabía a dónde ibas
si llorabas
(mil ramas tronchó el viento en la espesura,
ramas de pinos, de manzanos, de álamos,
mórbidos frutos, mazos de rosales,
tronchó estatuas dejando cada fuente
repleta de agua verde y azufrosa,
arrancó campanillas y parterres,
el viento abrió ventanas en lo negro
y un torbellino de perfumes agrios,
un huracán de flores machacadas,
un resplandor de rayos violetas
invadió las estancias de la villa,
mil ramas tronchó el viento en la espesura
y después de la lluvia violenta,
del ozono mordiendo los cristales,
después de los caballos alocados
brincando por los prados como llamas,
goteó el bosque lleno de lujuria,
se llenaron de estrellas los tejados,
tembló la fría luna en cada charca,
un violín amordazó la noche,
en Bérgamo, después de la tormenta,
un cisne flota en música de Liszt,
hunde su pico rojo en agua oscura
bajo los pinos ebrios de perfume,
como un blanco relámpago se mueve,
agita los laureles con sus alas,
grita alocado por estrellas húmedas,
Bérgamo crece en yedras, crece en ruinas,
la están ahogando bosques de castaños,
faroles amarillos y cerezos,
cisne: bulbo de nieve y lluvia y música,
con la cabeza derrotada y fláccida,
con la cabeza rota sobre el mármol,
su cuello es una flor mórbida, exótica,
cisne mío, mi juventud dichosa
expirando a los pies de Donizetti)
si me vieras ahora junto al fuego,
penetrado de ti, de tu memoria,
hay tanta nieve fuera y sin embargo
aún pasa por mi mente aquella villa
de Catulo que imaginamos juntos,
no la villa con ruinas de Sirmione
con música ligera y gente rubia
bailando sobre el puente hecho de barcas,
no donde Joyce y Pound se han encontrado
(debieron de ser dulces los olivos
de entonces, cuando el lago devoraba
el sol y era de fuego cada ola,
olas de verde fuego, cuántos peces
desde los miradores y qué hermosas
las doncellas del templo y de los baños,
Sirmio, Sirmio de entonces, la dilecta
entre las islas bellas de aquel lago,
cuando la flor llegaba a los almendros
tú, Catulo, poeta de Verona,
viajabas hasta Asia, Sirmio, Sirmio,
llena de labios rojos y de cráteras)
hay tanta nieve fuera y sin embargo
no me distraen los perros de aquel sueño
todo de ópalo y nubes diamantinas,
no me distrae la última manzana
que se niega a caer, ni los ramajes
llenos de cuervos del nogal, ni el aire
cuajado de humo, ni las alambradas,
ni la gallina muerta en el sendero
esta noche pasada, ni los cerdos,
ni sus entrañas rojas goteando
sobre la nieve, sangre tan violenta,
pero me llega otro recuerdo, tengo
Lln recuerdo de sangre más valioso,
y qué dulce y qué triste recordarlo
aroma de las hojas que no ardían,
la Venus mutilada del jardín,
los sátiros de piedra en la escalera,
los perros del guardián y luna fría
besando los parterres y las torres,
en aquel pabel1ón viví otra vida,
si llegabas de noche entre los pinos
brillaban a lo lejos los faroles,
sus galerías de cristal azul,
dentro los candelabros y la música
del piano perfumado de mimosas,
el cuadro aquel de la laguna Estigia
(el Patinir de los verde-manzana)
las muchachas más jóvenes bebían
las notas de Chopin y se olvidaban
del champagne espumoso de las copas,
las coronas de rosas se pudrían
sobre sus frentes de marfil y fiebre,
ellos tenían libros en las manos
que nunca terminaban de leer,
les inquietaban las estrellas húmedas
y el grito de los cisnes en el lago
les anunciaba el paso de la muerte,
la enfermedad y el Arte y el deseo
y el no poder besar aquellos labios
sin pensar en las flores de la sangre,
sospecha de las barcas en la orilla,
chapoteo en los juncos de los remos,
cada noche llegaba la visita
de la Muerte con rostros diferentes,
se enlutecía el son de la viola,
en el aire quedaba la amenaza
y un murmullo de ramas en lo oscuro,
pavos reales de luz de madrugada,
ruido de campanillas en el claustro,
azucenas tronchadas en la senda,
rojo cojín para aquel joven rubio
que nunca echó las cartas que escribía,
ataúd blanco para una dama triste
hay tanta nieve fuera y sin embargo...
ven, pájaro enjaulado, veo un poco
de mí posado en tus dos ojos mínimos,
ven pájaro llegado con la lluvia,
déjame que me mire, casi dos
negrísimas cabezas de alfileres
son tus ojos y quiero verme en ellos,
hecho para la Muerte cantas menos
mientras me entregas tardes abrasadas,
quisiera apresurarme, tienes todo
lo que perdí en tus ojos, concentrado,
lucha el sueño y la muerte en esta estancia,
luchan quince estaciones en mis ojos,
mis últimos recuerdos, mis ensueños:
luego que abriera el Arca recibió
Noé un fétido viento entre sus ojos,
¿ves? Valle Inclán enciende fuegos verdes,
que cante siempre el pájaro de invierno,
¿de qué te quejas, Beatrice d'Este
si tienes un vestido hecho de oro?,
bajaron a segar aquel verano
los ángeles: dormían junto al pozo,
después de la tormenta un caballito
rojo pace en el prado azul-lunar,
se había llenado el patio del convento
de leones amansados y jilgueros,
tú eres una doncella de Crotona:
¡si no supieras que existe el Amor!
Dufy al andar dejó huellas moradas,
Pinki amó el huracán, la luz del bosque,
Bucintoro, no llegues con el sol,
no dormí aquella noche y con el alba
llamaron a la puerta, cuando abrí
sobre la escarcha había una flor de almendro,
la enterraron bajo un manzano enorme,
un fragor de bambú sagrado y lotos,
no se reconocía viendo el sol,
se vio desnuda: ardió como una zarza
tú me entregabas lo desconocido...
¿recuerdas aún la historia del sepulcro?
entre el mar y las selvas de Tarquinia
alguien abrió el sepulcro de un guerrero
oculto desde el día de su muerte
(etrusco noble bajo las raíces
de almendros y olivares endulzados
por la honda primavera de Tarquinia)
a golpe de piqueta entraba el aire
en aquel tabernáculo de sombra,
de milenaria piedra resonante,
entraba el aire y todo se mutaba
en polvo negro y sacro que no hedía,
se derrumbó la curva de aquel pecho,
el cerco de la boca, la alta frente,
la enlutecida noche de los ojos,
hasta los brazaletes de buen oro
se hundían en cenizas al tocarlos,
sólo unas corrompidas vestimentas
y una hecatombe de armas oxidadas
quedó sobre el montón de polvo fúnebre,
sobre las cuerdas rotas de los brazos,
(primavera en Tarquinia sepultada)
se marchitó la fiebre del guerrero,
el tiempo sepultaba un lirio joven
bajo los negros pinos,
primavera en Tarquinia...
mientras arriba rasgan los arados
pedregales ardientes, espinosos,
mientras penetra el sol en lo más lúgubre
de la gruta del cíclope y resuena
el mar como una ruina en los cantiles,
abajo, en el sepulcro descubierto,
los ladrones de tumbas merodean,
meten sus uñas entre las cenizas,
rompen los vasos, buscan aquel oro
que el tiempo no perdona
(se levanta la noche lentamente
del lago Trasimeno, los olivos
saben a Dios, sollozan hondos, mansos,
bajo la luz de plata y esmeralda,
subiremos a Gubbio en el ocaso,
aún hay nieve y ya cuánta primavera,
el rebaño de cabras rumia siempre
abajo, entre las ruinas de los templos,
abre, Noche, tus alas sobre el claustro
de San Damiano y las torres de Assisi,
deja en el aire el cuerpo de la Umbria,
pobre Francesco, cuánta llamarada
de sangre inútil, tu sayal, tus manos
bajo un techo de estrellas temblorosas)
tú me entregabas lo desconocido...
estás allí, remota y entrevista,
enterrada en la tarde de septiembre
bajo una lluvia de campanas muertas,
bajo un monte de higueras venenosas,
te recuerdo
bajo una lluvia de campanas negras,
bajo una lluvia de campanas lentas
te arropabas las tardes del invierno,
si posara en tus venas una mano
sentiría la noche y sus campanas,
cuando callas: campanas expectantes,
si me sueñas, si esperas, te hallaré
enterrada bajo una losa fría
que desgastó la lluvia hecha de bronce,
morir contigo en esta tarde única
cantando en las murallas sonrosadas
por las luces más frías del invierno,
bajo una lluvia de campanas negras
rueda la tarde como un casco de oro
sobre la filigrana del asfalto
golpeando las esquinas y las rejas,
serás el fuerte polen de la noche,
el cristal de la tarde, la tormenta
de música que Mozart compusiera
el día de su muerte y que no oímos,
mereces la visita de la luna,
tienes una azotea en cada ojo,
abres los muslos, abres las dos manos,
tus dos pechos apuntan a la nieve,
tu vientre es una zarza a medio arder,
¿son ramos o racimos esos labios?
morir sin estrujarlos qué delicia,
verte pasar como un río colmado,
ser ajorca en tus pies, en tu muñeca,
no besar esos labios, no creer
que esa boca te pertenece, es tuya
y no racimo que se muerde y pasa,
pasa, mujer, como una ola en lo oscuro,
pasa, mujer, como la noche pasa,
Amor tiene en los labios cicatrices,
morir sin poseerte qué delicia
tú me entregabas lo desconocido,
a qué bosques, a qué palacios altos
me llevabas cuando nos encontrábamos,
a qué ácido estanque, a qué palmeras,
a qué tardes de espinos enlunados,
a qué nave sin rumbo en la negrura,
a qué jardín desconsolado y hondo,
a que terrazas...
llegaste entre las tumbas de Torcello,
alta, con la cabeza llena de oro,
tus pies descalzos recorrían Torcello,
la yerba rumorosa de serpientes
(antes de que se hundan estas islas
-dijiste- has de cantar su pesadumbre,
su belleza, sus sueños enterrados)
entre tantas estatuas destrozadas
sólo tu mármol palpitaba cálido,
tus dos pechos gloriosos y aquel vientre
mórbido y musical como una luna,
y entre las torres, desde la atalaya,
llena de capiteles y de flores,
contemplabas la mar con calma inmensa
mientras ibas tejiendo con la hiedra
una grave y bellísima corona
que, ante mis ojos, arrojaste luego
a la mar
fue aceitosa la noche, entre las cañas
vimos partir sin luz la última nave,
era el nuestro un suicidio acariciante,
oscuridad profunda y untuosa
de los canales muertos, las iglesias
bizantinas con medio metro de agua,
qué acariciante muerte, qué dulcísima:
lámparas de la pesca en la laguna,
Burano, San Francesco del Deserto,
Murano, los palúdicos aromas
de las islas, las ruinas fantasmales,
un infinito gozo y una música
hecha con el silencio de la mar,
fue aceitosa la noche, entre las cañas
vimos partir sin luz la última nave,
toda la isla nuestra, cuánto éxtasis
entre pagano y místico en los ojos,
creíamos aún en la belleza,
íbamos a enterrar la voluntad
bajo la yerba muda de la isla
debes saberlo ahora que recuerdas:
jamás llegará nadie a este lugar,
aquí nos trae el mar los peces muerto
y no hay más vida que la de las olas
estallando en la noche de las grutas,
soñarás una barca cada noche,
soñarás unos labios cada noche,
en vano escucharás junto a las rocas,
jamás llegará nadie a este lugar,
recorrerás las salas del convento,
escrutarás la faz de la Diana,
los gatos mirarán la fría aurora,
habrá un fresco con grumos de salitre
en la cripta, sin techo, del castillo,
el huracán arrancará geranios,
jamás llegará nadie a este lugar,
jamás llegará nadie a este lugar
y las gaviotas me darán tristeza
Monterosso al Mare, 1972
[El río de sombra.
Treinta años de poesía, 1967-1997.
Visor Libros. Madrid, 1999]
Δ
Consumación serena
(Homenaje a Vicente
Aleixandre)
Hasta él llega abundosa la
densa luz del día.
Apaciguada está la copa de
aquel pino
y en su urdimbre tan verde un
pájaro desgrana
monótono su queja, rasga el
velo del aire.
Lenta va por las lomas la
mirada avizor,
resbala pesarosa por los
cantiles ásperos.
Ya no más paraísos ocultos a
sus ojos.
Más allá de sus cejas qué
secreto país,
qué firmamento mágico, qué
mar embravecido.
El mar vence las horas,
entreabre sus gargantas,
va incendiando plumajes,
reluce como un lomo
incrustado de gemas, como
cristalería.
Pero apenas sus ojos ven el
cetáceo verde.
Huyen hacia la luz cuajada
del crepúsculo.
(De aquella agua amarguísima
probó cuando era niño.
Azotada su piel como playa
mirad
la secreción caliza del
coral, la minúscula
gruta de cada concha, la
humedecida arena.)
No habrá selva en que pose
sus ojos el poeta.
No más ágiles tigres, no
magnolias sedosas,
no cálices, no cuerpos
rosados para el beso.
El nardo, cada nácar
vibrante, los sonoros
metales, la honda nota de la
cálida sangre,
la música enterrada de la
muchacha muerta...
Todo lo probó el ojo que
estuvo con la muerte.
Todo pasó gozoso bajo su frente
firme.
Plena serenidad del que lo
sabe todo
y deja su mirada posada en el
paisaje,
y no tiene más sueño que el
de vivir soñando.
Todo pasó despacio, mas
deberéis saber
que aquel sueño azulado que
en su pupila puso
el astro de la noche aún
permanece vivo.
[El río de sombra.
Treinta años de poesía, 1967-1997. Visor
Libros. Madrid, 1999]
Δ
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